EL LOBO ANDA SUELTO

"Camilo Ratti, periodista"

La Justicia de Córdoba liberó a una pareja acusada de abusar de cuatro nenes de tres años, entre los que también estaba su hija, de la misma edad. Los querellantes denuncian “presión” del Poder Judicial.

Cuando la maestra del jardín les enseñó que nadie debe tocarles el cuerpo, y que solitos tienen que ir al baño, la niña hizo un clic en su cabeza. Algo que venía sucediendo en su vida desde hacía un año no estaba bien. Aunque su familia se había mudado de Córdoba a otra ciudad sin saber lo que pasaba, los miedos, las pesadillas y el tartamudeo seguían atormentándola.

Decía que sus padres no la “querían”, que era “fea” y “mala”. Los padres asociaban ese comportamiento al nacimiento de su hermanita, de apenas un año. Pero un sábado, mientras la mamá elegía la ropa que iba a ponerle para ir al cumpleaños de su mejor amiguita, ella se plantó: “No quiero esa remera, no quiero que Mario me vea linda y me toque”, dijo, y a la mamá se le vino el mundo encima. Avergonzada, después de mucho insistirle, la niña relató el horror que la mamá repitió ante Veintitrés. “Mi hija contó que Mario era bruto cuando jugaban y que a ella no le gustaba; que Débora, su esposa, le ataba las manos y le vendaba los ojos, y Mario le tocaba todo el cuerpo.” Destrozados, los padres de la víctima, que al momento de los hechos tenía 3 años y medio y ya tiene cinco, buscaron de una y otra forma arrancarle algún otro dato, que la niña soltaba a cuentagotas. Al cabo de un mes, cuando ya estaba en tratamiento psicológico, les contó a sus padres: “Mario Lobo me tocó la cola, me hizo doler, me bajó la bombacha y me metió un dedo. Me decía ‘despertate cochinita’”. Después de escuchar todas las opiniones, el 26 de agosto del 2008 los padres radicaron la denuncia ante la fiscalía 4, turno 3, a cargo de Dolores Romero Díaz, en Tribunales II. Junto a la Unidad Judicial de la Mujer y el Niño (especializada en delitos de índole sexual) la fiscal inició una investigación en contra de Mario De Cabrera y Débora Vergara. En forma paralela, avisaron a las autoridades del jardín maternal donde concurría la niña antes de que se cambiaran de ciudad. Ahí la directora del jardín de barrio Juniors alertó de la denuncia a los otros padres. En los relatos de la menor aparecían participando de juegos perversos otra niña y la hijita de Mario y Débora. La información fue suficiente para que los padres de un niño, que también tenía 3 años al momento de los hechos denunciados, abrieran los ojos y entendieran lo que el menor venía evidenciando desde hacía un tiempo. “Él tenía pesadillas constantes y hablaba de que un hombre gordo y feo le comía la cola y el pito, que lo perseguía. También estaba muy agresivo con nosotros y nos sorprendían sus comportamientos sexuados”, contó a esta revista Lucía, la mamá. “Cuando nos enteramos del abuso de esta niña, nos sentamos con mi hijo y le

preguntamos qué hacía en la casa de esta gente”, agregó Lucía. Según su relato, que consta en el expediente judicial, el niño dijo que los supuestos abusadores “le ponían la bombacha de la sirenita, la remera de su hija y le decían que era nena. También lo obligaron a que les mostrara su pitito. Como él se negó, Mario y Débora se sacaron la ropa y les mostraron sus órganos genitales, que eran tocados por su hijita”. Con lágrimas en sus ojos, Lucía recordó: “El otro juego consistía en que le cortaban el pitito a mi hijo y se lo ponían a la hijita de ellos, a quien hacían que le cortaban su vagina y se la ponían a mi hijo, lo que demuestra el nivel de perversidad de esta gente”, que para los especialistas deberían ser acusados por “corrupción de menores”, un delito mucho más grave según el Código Penal argentino.

El juego del lobo. Los relatos de los padres de los niños supuestamente abusados, de la directora del jardín de barrio Juniors, y de otros padres que llevaban a sus hijos a esta guardería coinciden en que Mario insistía todo el tiempo en llevarse a los amiguitos de su hija a jugar a su casa. “Los chicos lo querían mucho al principio, porque les regalaba juguetes, los llevaba a pasear, los mimaba. En los relatos de los niños abusados siempre aparece la figura del premio y el castigo”, dicen María y Lucía, madres de la niña y el niño abusados, quienes después de un tiempo pudieron ubicar al papá de la otra niña que habría sido ultrajada. A diferencia de estos, este papá sólo hizo una exposición en la Unidad Judicial, pero no una denuncia. Sin embargo, María y Lucía afirman que esta niña también habló con sus padres de juegos, disfraces, y “rosquillitas en la cola” realizadas por Mario, pero

que “no quería acordarse más”. Si bien los relatos de los dos niños cuyos padres denunciaron abuso coinciden en describir situaciones comunes sin que los pequeños las hayan vivenciado juntos, hay un dato que se repite: la niña y el niño hablan de “Mario Lobo”, que este es “gordo, feo y

bruto”, calificativos que coinciden con el físico del acusado, y que en todas las situaciones descriptas estaba presente su esposa, y su hijita, de la misma edad que ellos. “Tanto a nosotros como a sus psicólogas y a la Justicia, los dos niños relatan el cuento al revés. En lugar de ponerse la ropa, el juego consistía en que Mario se disfrazaba de lobo y se desvestía mientras sonaba la música y los correteaba por la casa”, dijeron María y Lucía a Veintitrés. “En el caso de mi hija, que se quedó a dormir varias veces, ella cuenta que Mario se metía en su cama y la manoseaba. O que durante el día, en presencia de Débora, su hijita y la otra nena cuyos padres por ahora no denunciaron, las tocaban y se tocaban ellos delante de los niños”, dice María, que prefiere no dar más detalles del horror relatado por la niña.

Amigos poderosos. El relato de los dos pequeños que habrían sido abusados, el de sus padres, el del papá que expuso pero no denunció lo ocurrido con su hija, el de la de la directora del jardín y de una maestra, más otras pruebas recolectadas por el abogado Rosendo Montero, representante de las dos familias querellantes, hicieron que el 3 de octubre pasado la fiscal Romero Díaz allanara la casa y detuviera a Mario De Cabrera y Débora Vergara, acusados de “abuso sexual con acceso carnal agravado y abuso sexual gravemente ultrajante agravado reiterado”, trasladándolos a la cárcel de Bower, ya que el Código Penal no admite excarcelaciones para este delito.

Según los informes psicológicos incorporados a la causa luego de que la fiscal levantara el secreto profesional para poder ser incorporados como pruebas, los dos niños que presentaban claros indicadores de haber sufrido un abuso experimentaron una notable mejoría al saber que sus abusadores estaban presos. Los síntomas seguían, pero “se aliviaron mucho”, dijeron los padres a esta revista. A pesar de que los menores ya habían declarado en la Unidad Judicial ante una abogada y una psicóloga oficial, están obligados por ley a declarar ante una cámara Gesell, teniendo que revivir una vez más el espanto sufrido. El 9 y 10 de diciembre declararon los dos niños supuestamente abusados, y el 11 hizo lo propio la hija de los imputados, quienes son defendidos por los abogados Mariano Rubio, hijo de Luis Rubio, vocal del Superior Tribunal de Justicia de Córdoba, y Alejandro Pérez Moreno, integrante del estudio Roger, uno de los más poderosos e influyentes de Córdoba. Con la presencia de la fiscal Romero Díaz, los abogados y peritos psicológicos de ambas partes, el niño volvió a relatar ante la perito oficial lo sufrido en la casa de la familia De Cabrera. Al otro día, la niña hizo lo mismo, pero sin tantos detalles. Sin embargo, en los dos relatos apareció de nuevo, en palabras y en dibujos, “Mario Lobo”, los juegos perversos,

el manoseo al que eran sometidos, la otra nena que también habría sido abusada, y la amiguita hija de la pareja procesada, quien el 11 declaró “un testimonio arreglado, que se contradijo en varios pasajes”, según Montero.

El 23 de diciembre, cuando la causa se encaminaba a la feria judicial con los imputados en Bower, la fiscal Romero Díaz los liberó, previa fianza de 30 mil pesos aportados por sus abogados. “La fiscal decidió liberarlos un día antes de Navidad sin haberles realizado la pericia psicológica que permite tener un perfil de los acusados, sin haber desgrabado la cámaras Gesell, y sin que nosotros pudiéramos firmar esas actas en las que constan fehacientemente lo que dijeron los niños, no los apuntes de la instructora fiscal”, se quejó Montero, quien presentó un planteo de nulidad de lo actuado por Romero Díaz, que deber ser resuelta por el juez de Control Roberto Cornejo, independientemente de que la fiscal continúe al frente de la investigación.

Justicia ciega, sorda y muda. “Sentados en su oficina, el 29 de diciembre del 2008, Romero Díaz nos miró a los ojos y nos confesó que estaba segura de que nuestros hijos habían sido abusados, pero que las cámaras Gesell no eran contundentes para que los acusados siguieran en prisión. Textual, eh”, contaron a VeintitrésMaría y Lucía. “No podíamos creer lo que estábamos escuchando. Ella, que en un principio quería imputarlos por corrupción de menores, y que pensaba que podían ser parte de una red de pedofilia, nos reconocía en la cara que eran culpables pero que no tenía pruebas para que siguieran en prisión. Está más que claro que la presionaron desde lo más alto del Poder Judicial cordobés”, apuntaron enfurecidas ambas mamás. “La fiscal cambió, hubo un antes y un después de

las cámaras Gesell”, dijo Montero, quien junto a los padres aportaron fotos que Mario les enviaba por e-mail o en papel, en las cuales aparecen los niños desnudos, bañándose juntos. Al ser un delito de instancia privada, donde generalmente no hay testigos ni más pruebas objetivas que el relato de los niños y algunos que otros elementos que puedan encontrarse, es difícil probar un abuso sexual en contra de los menores (ver aparte). La sociedad, de la cual es parte esta Justicia, siempre tiende a pensar que son ellos los que fabulan. En lugar de creerles primero y después comprobar si lo que dicen es mentira –sobre todo cuando hay relatos de varios niños–, mientras el proceso está en marcha el sistema penal protege a los probables abusadores. Sujetos que, como en este caso, andan sueltos y libres por su barrio, paseándose con su mujer y su hijita también supuestamente abusada, mientras las otras dos familias deben ocultarse para preservar la salud mental de sus hijos. Personitas que, en su más cristalina inocencia, piensan que el “Lobo” que ultrajó lo más íntimo de su ser está donde deberían estar los imputados de semejante delito hasta que se demuestre lo contrario: en la cárcel

"Nota extraída de Revista 23, publicada el 20 de febrero de 2009".